La salud peruana en 10 pasos hacia la universalidad real
- Alfredo Arn
- 30 sept
- 3 Min. de lectura

El Perú exhibe una cobertura nominal del 95 % de su población, pero esa cifra esconde una red fragmentada: EsSalud atiende al tercio formal, el SIS protege a los más pobres, los militares y la policía mantienen hospitales propios y el sector privado escolta a quienes pueden pagar. La brecha entre afiliación y acceso efectivo —servicio oportuno con protección financiera— alcanza 35 puntos porcentuales, la más alta de la región andina.
El Seguro Integral de Salud (SIS), bandera de la gratuidad, ya cubre a más de 20 millones de personas y financia el 40 % de las atenciones del país; sin embargo, su presupuesto apenas crece 3 % real anual, mientras la demanda lo hace al 6 %. La consecuencia es lista de espera, desabastecimiento de oncológicos y un gasto de bolsillo que aún alcanza al 35 % de sus usuarios.
Para salvar al SIS sin quebrar las finanzas públicas, el Gobierno debe impulsar la creación de la Autoridad Nacional de Aseguramiento en Salud (ANAS); un fondo único que comprará servicios a hospitales públicos, militares o privados bajo un mismo plan de beneficios y pagos por resultados. La clave será trasladar recursos hacia quien resuelva, no hacia quien posea la infraestructura.
EsSalud, por su parte, ingresó en déficit operativo en 2023 y proyecta pérdidas crecientes a medida que envejezca su población asegurada. Su rescate pasa por restablecer la cotización sobre gratificaciones, crear un fondo de reserva previsional y abrir la afiliación voluntaria a independientes con tasas progresivas, subvencionadas durante los primeros cinco años para no expulsar al informal a la indigencia sanitaria.
Los sistemas castrenses —FOSPEME, FORSMAR y FOSFFAA— atienden a 250,000 beneficiarios en 38 hospitales propios, pero su financiamiento no es previsional y 30 % de sus miembros ya son jubilados. La solución consensuada es convertirlos en “regímenes especiales” dentro de la futura ANAS, conservar sus camas críticas y comprar alta complejidad al resto del país mediante contratos-paquete.
El primer nivel de atención es el cuello de botella común; más de 700 distritos rurales carecen de médico titular y 75 % de los centros no tiene laboratorio básico. La respuesta inmediata incluye una carrera sanitaria rural con remuneración competitiva, telemedicina 4G y pago por rendimiento que libere hasta 20 % del presupuesto regional cuando la hipertensión, la diabetes o el parto se resuelvan en la comunidad.
El desabastecimiento de medicamentos —más de 70 fármacos esenciales con faltantes superiores a 60 días— obliga a reformar el Centro Nacional de Abastecimiento: convertirlo en agencia logística independiente, actualizar precios trimestralmente y licitar a nivel internacional. Paralelamente, se relanzarán dos laboratorios públicos para producir genéricos estratégicos y actuar como “fábrica de precios” en el mercado andino.
La digitalización es otro talón de Aquiles; apenas 25 % de establecimientos posee historia clínica electrónica y ninguna plataforma habla con la otra. La meta 2027 es una única ficha HL7/FHIR alimentada por identidad digital biométrica, incentivos fiscales a start-ups de inteligencia artificial y un centro de ciberseguridad sanitaria que proteja la infraestructura crítica.
Para financiar todo el paquete sin quebrar el techo de deuda, se propone un fondo único alimentado por copago progresivo (tope 3 % del ingreso), un impuesto escalonado a bebidas azucaradas, alcohol y tabaco (0,7 % del PBI) y la destinación del canon minero sobrecanon a la salud rural. El dinero fluirá por “paquetes de beneficios” y seguirá al paciente, rompiendo la lógica presupuestaria por institución que hoy reproduce la ineficiencia.
El Perú tiene, pues, tres años para demostrar que la cobertura universal no es un eslogan: debe unificar aseguradores, fortalecer la atención primaria, garantizar medicamentos, digitalizar la información y financiar el conjunto con reglas progresivas y transparentes. De fallar, la desigualdad sanitaria se regionalizará aún más y el gasto de bolsillo superará el 45 %, condenando a millones de peruanos a ser pobres cada vez que se enfermen.







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