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La Economía Circular en el Perú: Avances, barreras y perspectivas futuras en un contexto de desarrollo sostenible

  • Foto del escritor: Alfredo Arn
    Alfredo Arn
  • 21 oct
  • 4 Min. de lectura
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La economía circular (EC) emerge como un paradigma económico disruptivo frente al modelo lineal tradicional de “extraer, producir y desechar”. Su objetivo fundamental es redefinir el crecimiento, enfocándose en beneficios sociales y ambientales, la minimización de residuos y la continua circulación de productos, materiales y recursos al máximo de su valor. Para un país megadiverso y altamente vulnerable como el Perú, la adopción de este modelo representa no solo una oportunidad ambiental, sino una necesidad impostergable para construir una economía resiliente, baja en carbono e inclusiva.


El marco normativo e institucional es incipiente, el Perú ha sentado las bases legales para esta transición. La Ley Marco de Gestión Integral de Residuos Sólidos (Ley N.º 1278) fue un hito inicial al introducir el principio de Responsabilidad Extendida del Productor (REP). Posteriormente, el documento “Hoja de Ruta hacia una Economía Circular en el Sector Industria” del Ministerio de la Producción (2020) se constituye en el plan más específico hasta la fecha, estableciendo acciones concretas hasta 2030. Aunque este marco es prometedor, aún enfrenta desafíos propios de una implementación incipiente, como la debilidad institucional, la falta de coordinación intersectorial y la escasa capacidad de fiscalización.


En la práctica, el sector privado muestra avances significativos, aunque aún focalizados. Empresas líderes en sectores como el retail, la minería y la industria implementan proyectos piloto de ecodiseño, incorporan materiales reciclados (como rPET) y desarrollan sistemas de recolección post-consumo. Paralelamente, surgen emprendimientos circulares que innovan en la valorización de residuos orgánicos, electrónicos y de construcción, revelando el potencial económico latente en lo que tradicionalmente se consideraba desecho.


Uno de los obstáculos estructurales más significativos es la alta informalidad en la gestión de residuos. Una gran parte de la cadena de reciclaje depende de recicladores de base que operan en condiciones precarias y al margen del sistema formal. Esta situación limita la trazabilidad, la eficiencia y la calidad de los flujos de materiales, además de perpetuar condiciones laborales injustas. La formalización e integración de estos actores es, por tanto, un requisito indispensable para construir una economía circular verdaderamente inclusiva y eficaz.


La transición circular se ve frenada por una infraestructura de gestión de residuos insuficiente y desigualmente distribuida en el territorio. Escasean plantas de clasificación, centros de acopio tecnificados y capacidades de valorización a escala industrial, especialmente fuera de Lima. Esta situación se agrava por el acceso limitado a tecnologías de reciclaje, remanufactura y regeneración, lo que encarece los procesos y reduce la calidad de los materiales reciclados, afectando su competitividad en el mercado.


La transición hacia una economía circular requiere un cambio profundo en los comportamientos de consumo y en la cultura ciudadana. Aún persiste una baja cultura de separación en la fuente y un conocimiento limitado sobre los principios de circularidad entre la población. Los programas de educación ambiental y comunicación son herramientas clave para fomentar la corresponsabilidad, la concienciación y la participación activa de la ciudadanía en la gestión de residuos. Sin este componente social, los esfuerzos institucionales y empresariales tendrán un impacto limitado.


Superar estas barreras puede desencadenar importantes oportunidades económicas. La economía circular tiene el potencial de generar nuevos negocios y cadenas de valor, reducir la dependencia de materias primas vírgenes (y su volatilidad de precios) y disminuir costos operativos mediante la ecoeficiencia. Para las MYPES, que constituyen el grueso del tejido empresarial peruano, la adopción de modelos circulares puede ser una vía para aumentar su productividad, resiliencia y acceso a mercados internacionales con estándares exigentes de sostenibilidad.


El Perú, como país megadiverso, tiene una ventaja comparativa para desarrollar una bioeconomía circular. El aprovechamiento sostenible de su biodiversidad puede traducirse en la producción de biomateriales (como bioplásticos a base de recursos vegetales) como alternativas a los derivados del petróleo. Además, la valorización de residuos agrícolas e industriales (cáscaras, bagazos, residuos orgánicos) puede generar bioenergía o biocompost, cerrando ciclos en el sector primario y agregando valor a las actividades productivas rurales.


El futuro de la economía circular en el Perú estará marcado por la digitalización (por ejemplo, plataformas que conectan oferta y demanda de materiales reciclados), la innovación en modelos de negocio (como la servitización y la economía colaborativa) y una mayor exigencia regulatoria a nivel internacional. Normativas como las del mercado europeo, que establecen restricciones sobre la huella de carbono y el diseño de productos importados, actuarán como un impulso externo que obligará al sector exportador peruano a adaptarse a nuevos estándares globales.


El Perú se encuentra en una fase inicial de su transición hacia una economía circular, con avances normativos aislados y una creciente actividad en el sector privado, pero aún lastrada por barreras estructurales como la informalidad, la falta de infraestructura y una cultura ciudadana limitada. El éxito de esta transición dependerá de una articulación robusta entre el Estado, la empresa privada, la academia y la ciudadanía. Convertir esta visión en realidad no es solo una obligación ambiental, sino una estrategia de desarrollo económico para construir un país más próspero, inclusivo y sostenible en el largo plazo.




Servitización: es la estrategia mediante la cual una empresa deja de vender únicamente un producto físico y pasa a ofrecer una solución integral combinada de producto + servicio, de modo que el cliente paga por el uso, el resultado o la experiencia y no por la mera posesión del bien.

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