La economía de EE.UU. y China en 2026: una comparación de trayectorias divergentes en un entorno global incierto
- Alfredo Arn
- hace 2 horas
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Los pronósticos macroeconómicos para 2026 sitúan a Estados Unidos y China en trayectorias que, aunque ambas positivas en términos absolutos, reflejan dinámicas internas y externas muy distintas. Mientras Washington proyecta un crecimiento moderado del 1.7 %–2.2 % del PIB real, Beijing anticipa una desaceleración estructural hacia el 4.2 %–4.4 %. La comparación de ambas cifras no solo revela una brecha de velocidad, sino también una diferencia de fase en sus respectivos ciclos económicos: EE.UU. parece estar en una fase de expansión tardía impulsada por la demanda interna y la inversión en inteligencia artificial (IA), mientras China atraviesa una transición de modelo que prioriza la calidad del crecimiento sobre su magnitud.
El contraste en los motores de crecimiento es evidente. En EE.UU., la inversión en IA, centros de datos y semiconductores avanzados actúa como contrapeso al efecto contractivo de aranceles efectivos del 19.5 %, el nivel más alto desde 1933. Esta inversión tecnológica, concentrada en grandes corporaciones, está generando externalidades positivas que se transmiten al resto de la economía mediante mayor productividad y creación de empleo cualificado. En cambio, China busca desplazar su centro de gravedad desde la inversión inmobiliaria y las exportaciones de bajo valor hacia sectores de alta tecnología y energías verdes, pero enfrenta la contracción de un sector inmobiliario que representa cerca del 25 % del PIB cuando se incluyen cadenas de valor relacionadas.
La política fiscal ofrece otro punto de divergencia. Washington prepara un estímulo fiscal adicional de aproximadamente 200,000 millones de dólares en 2026, centrado en reducciones impositivas que probablemente beneficien a los hogares de mayores ingresos y a las empresas tecnológicas. Esta expansión fiscal se produce en un contexto de endeudamiento público cercano al 99 % del PIB, lo que limita el margen futuro pero no inmediato. Beijing, por su parte, ya agotó buena parte de su espacio fiscal en 2025 para contener la crisis inmobiliaria y estimular la demanda interna; se espera que la deuda pública alcance el 70.8 % del PIB en 2025, y la presión por mantener la calificación crediticia reduce la capacidad de nuevos estímulos en 2026.
El canal monetario también refleja asimetrías. La Reserva Federal podría adoptar una postura más moderada si la inflación continúa desacelerándose, lo que permitiría recortes adicionales en la tasa de fondos federales y aliviaría el servicio de la deuda del sector privado. En China, el Banco Popular de China (PBoC) mantiene tasas de referencia relativamente bajas, pero la transmisión del crédito se ve obstaculizada por la percepción de riesgo crediticio elevado entre los bancos comerciales, que prefieren prestar al sector estatal antes que a empresas inmobiliarias o privadas pequeñas y medianas.
El consumo interno representa un talón de Aquiles común, pero con matices distintos. En EE.UU., el consumo sigue sostenido por un mercado laboral resiliente y ganancias patrimoniales en bolsa, aunque la desigualdad de ingresos reduce la propensión marginal a consumir. En China, la confianza del consumidor se encuentra en mínimos históricos debido a la caída de precios de viviendas, el aumento del desempleo juvenil y la incertidumbre sobre prestaciones sociales. La tasa de ahorro precautorio de los hogares chinos supera el 30 %, frente al 3–4 % de EE.UU., lo que limita el multiplicador keynesiano interno.
Las cuentas externas evidencían riesgos diferenciados. EE.UU. ha convertido los aranceles en herramienta de política industrial, pero su balanza comercial deficitaria —alrededor del 3 % del PIB— se financia con la demanda global de activos denominados en dólares, preservando así la seguridad financiera. China, en cambio, registra un superávit comercial que se ha reducido desde su pico de 2022, y enfrenta el riesgo de “amigable nearshoring”(1) por parte de economías que buscan diversificar cadenas de suministro. La imposición de aranceles adicionales por parte de EE.UU. podría recortar 0.3–0.5 puntos porcentuales del crecimiento chino en 2026, según estimaciones del FMI.
La dimensión demográfica actúa como restricción de oferta en ambos países, pero con horizontes temporales distintos. En EE.UU., el envejecimiento es gradual y se compensa parcialmente con migración neta positiva, lo que mantiene estable la tasa de participación laboral. En China, la población en edad de trabajar ya descendió en 50 millones desde 2015, y el crecimiento de la productividad total de los factores (PTF) se ha desacelerado al 0.7 % anual, insuficiente para compensar la contracción del factor trabajo. Esto convierte la innovación tecnológica en una necesidad vital para evitar la trampa de ingreso medio.
La resiliencia financiera también contrasta. El sector bancario estadounidense atravesó estreses en 2023–2024, pero los ratios de capital Tier 1 superan el 12 % y la calidad de activos mejora con tasas de morosidad por debajo del 1 %. En China, la exposición de los bancos al sector inmobiliario —tanto a promotores como a hipotecas— representa aproximadamente el 40 % de activos totales, y el riesgo de pérdidas latentes es alto si los precios caen otro 10–15 %. Un rescate bancario parcial podría elevar la deuda pública adicional en 5–7 puntos del PIB, según estimaciones de S&P Global.
Desde una óptica de sostenibilidad medioambiental, China lidera la inversión en energías renovables con más del 50 % de capacidad solar y eólica instalada a nivel mundial en 2025, lo que le otorga ventaja competitiva en sectores clave como vehículos eléctricos y baterías. EE.UU., aunque ha aprobado subsidios significativos mediante la Inflation Reduction Act, depende de cadenas de suministro extranjeras —incluidas las chinas— para metales críticos. La descarbonización se convierte así en un área de potencial cooperación y, simultáneamente, de tensión geoestratégica.
En síntesis, 2026 mostrará a dos gigantes económicos creciendo a ritmos distintos y con desafíos estructurales diferenciados. EE.UU. navega una expansión tardía apoyada en la innovación y el estímulo fiscal, pero expuesta a la volatilidad política interna y a la erosión de su tejido productivo por aranceles. China, en cambio, se esfuerza por legitimizar un nuevo modelo de crecimiento que priorice la productividad y el consumo interno, sin desencadenar una crisis financiera ni perder posicionamiento exportador. La interdependencia estratégica —desde semiconductores hasta deuda soberana— garantiza que los efectos de cualquier desajuste en una de las economías se transmitan rápidamente a la otra, haciendo de 2026 un año clave para la gobernanza económica global.
(1) amigable nearshoring: trasladar procesos productivos a países cercanos— con un criterio político-diplomático; la relocalización se realiza solo hacia naciones consideradas “amigas” o aliadas estratégicas por el país de origen.







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