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El nuevo Gran Juego: constelaciones, IoT y la supremacía espacial

  • Foto del escritor: Alfredo Arn
    Alfredo Arn
  • 27 ago
  • 3 Min. de lectura
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El silencio del espacio está siendo interrumpido por miles de pequeños satélites que orbitan apenas a 500 kilómetros sobre nuestras cabezas. No son simples repetidores de televisión ni satélites de observación convencionales: son nodos de una red global diseñada para conectar trillones de sensores en la Tierra. Esta transición del mercado satelital hacia el Internet de las Cosas (IoT) no responde solo a la lógica del negocio, sino a una estrategia geopolítica mucho más profunda; la disputa por la supremacía en el dominio espacial.

Durante décadas, el espacio fue patrimonio de superpotencias que lanzaban satélites costosos y exclusivos. Hoy, constelaciones como Starlink, Guowang o Kuiper prometen conectar desde tractores en Argentina hasta boyas meteorológicas en el Ártico. Detrás de esta aparente democratización tecnológica se oculta una carrera por el control de la infraestructura digital global. Un tractor conectado en Brasil, una boya en el Mar de Bering o un dron en el Sáhara generan datos que fluyen por redes propiedad de empresas —y gobiernos— que deciden quién puede acceder a ellos, cuándo y bajo qué condiciones.

China ha entendido esta dinámica con claridad estratégica. Su constelación Guowang, con 13.000 satélites previstos, no es solo un proyecto comercial; forma parte del Plan Nacional de Desarrollo Espacial 2021-2035. El objetivo es construir una red propia de IoT satelital que reduzca la dependencia tecnológica de Occidente y proyecte la influencia china a regiones donde actualmente no tiene presencia física. Mientras tanto, empresas europeas como Sateliot en España o OHB en Alemania reciben financiación directa de la Agencia Espacial Europea para desarrollar constelaciones que garanticen la "soberanía tecnológica" del continente ante la creciente influencia de Starlink.

El control del espectro radioeléctrico se ha convertido en un campo de batalla invisible pero crucial. La Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) de Estados Unidos ha autorizado a satélites de Starlink y Amazon Kuiper utilizar bandas de frecuencia previamente reservadas para servicios terrestres. Esta decisión regulatoria no es técnica; es una jugada geopolítica que permite a empresas estadounidenses establecer precedentes globales antes que otros países puedan contrarrestarlos. Mientras tanto, China ha integrado su red NTN (Non-Terrestrial Network) en su hoja de ruta 5G/6G, preparando el terreno para que los estándares chinos dominen la próxima generación de conectividad global.

La proyección de poder blando a través del IoT satelital ya tiene ejemplos concretos. Durante la invasión rusa a Ucrania, Starlink proporcionó conectividad militar y civil en regiones donde la infraestructura terrestre había sido destruida. Este acceso, controlado directamente desde Washington, transformó la constelación en un activo geopolítico tan valioso como cualquier tratado de defensa. De manera similar, China ha ofrecido conectividad satelital a países africanos como parte de su Iniciativa de la Franja y la Ruta, creando dependencias tecnológicas que se traducen en influencia política y económica.

El valor económico del mercado de IoT satelital LEO pasará de 849 millones de dólares en 2023 a más de 4.700 millones en 2032, según analistas de la industria. Pero estos números ocultan una realidad más profunda: el espacio se está convirtiendo en un nuevo eje industrial. Los países que lideren en lanzamientos de satélites, fabricación de chips para sensores, procesamiento de datos en la nube y ciberseguridad espacial tendrán ventaja decisiva en la economía global. Japón, por ejemplo, ha creado un fondo soberano de 4.000 millones de dólares específicamente para startups de IoT satelital, mientras que India ha reducido los costos de lanzamiento para atraer constelaciones de otros países a sus bases espaciales.

Los riesgos de esta carrera espacial no son solo geopolíticos. La congestión orbital, la generación de basura espacial y la posibilidad de conflictos por interferencias satelitales son problemas que ningún país puede resolver solo. Sin embargo, la urgencia por establecer posiciones dominantes está superando la cooperación internacional. La Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) advierte que si la tendencia actual continúa, el espacio LEO podría colapsar bajo la densidad de objetos artificiales antes de 2040, dejando a la humanidad sin la infraestructura necesaria para la próxima revolución digital.

El giro del mercado satelital hacia el IoT no es simplemente una evolución tecnológica; es la manifestación de que el espacio ha dejado de ser la frontera final para convertirse en el nuevo tablero de ajedrez geopolítico. Quien controle las redes satelitales del futuro no solo dominará los flujos de datos de trillones de dispositivos: determinará quién tiene voz en las decisiones globales, quién accede al conocimiento y quién queda excluido en la próxima era digital. La batalla por la supremacía espacial ya no se libra con cohetes y satélites militares, sino con pequeños dispositivos que conectan tractores, boyas y sensores en la Tierra, mientras orbitan silenciosamente en el espacio.

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