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Cuando la fe se codea con la inteligencia artificial: el nuevo rumbo de León XIV

  • Foto del escritor: Alfredo Arn
    Alfredo Arn
  • 25 sept
  • 3 Min. de lectura
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Desde que Gutenberg imprimió la primera Biblia en 1455, la Iglesia Católica ha entendido que la tecnología no es un enemigo de la fe, sino un altavoz capaz de llevar el Evangelio hasta los confines del mundo. La imprenta, la radio, la televisión y, más recientemente, Internet han sido adoptadas sin traicionar el mensaje, sino traduciéndolo a nuevos lenguajes. Hoy, cuando la inteligencia artificial redacta sermones y los algoritmos deciden qué contenido espiritual ve cada persona, el reto ya no es “si” usar la tecnología, sino “cómo” humanizarla.


El pontificado de Francisco (2013-2025) marcó la gran explosión digital del Vaticano. En diez años, @Pontifex pasó de ser una cuenta experimental a un megáfono de 60 millones de seguidores que rezaban en 140 caracteres; se lanzaron apps de oración, misas en realidad virtual y experiencias inmersivas que permitían “caminar” por Nazaret con gafas de 360º. Francisco repetía que “la red es una plaza donde Dios también espera”, y bendijo iniciativas como HolyDeeds, que colocaba el arte barroco en TikTok para que los adolescentes descubrieran la belleza antes que la moral.


Sin embargo, la aceleración tecnológica desnudó grietas: noticias falsas sobre el Papa, deep-fakes que lo hacían anunciar un “nuevo Concilio Vaticano 3.0” y algoritmos que encerraban al creyente en una “burbuja católica” sin encuentro con el diferente. Ante eso, Francisco convocó en 2023 la primera Jornada Mundial de Comunicación dedicada a la “inteligencia artificial y sabiduría del corazón”, advirtiendo que “un código no puede sustituir una conciencia”. Fue el prólogo de lo que vendría con su sucesor.


El 8 de mayo de 2025, la Capilla Sixtina se iluminó con una luz blanca que anunciaba la elección de Robert Francis Prevost, un agustino nacido en Chicago y formado en las barriadas de Lima. Tomó el nombre de León XIV en homenaje a León XIII, padre de la doctrina social, y se convirtió en el primer papa matemático; licenciado en Matemáticas, experto en lógica computacional y misionero que llevó Internet satelital a 200 pueblos andinos. Su primera homilía fue un alegato tecnológico: “El Evangelio no teme a los bits, pero exige que esos bits tengan latido humano”.


A los cien días, firmó el Llamamiento de Roma por la Ética de la IA, un documento que compromete a Microsoft, IBM y start-ups europeas a auditar algoritmos que afectan la vida social, económica y espiritual de las personas. El Vaticano creará un Observatorio de Algoritmos y Alma, con teólogos, programadores y filósofos que revisen que ningún software discrimine por religión, género o renta. León XIV llama a esto “Humanismo Algorítmico”: la exigencia de que la IA sirva la dignidad, no la rentabilidad.


Pero el papa no quiere que la Iglesia sea solo “auditor de código”; quiere ser protagonista de la experiencia. Por eso respalda The Immersive Faith Project, que llevará a las escuelas públicas de África y Asia gafas de realidad aumentada para recorrer el Vaticano, escuchar los salmos en hebreo original y “tocar” los muros de la catacumbas. La meta no es el espectáculo, sino el asombro: que el joven que nunca ha pisado una iglesia descubra que la belleza puede ser puerta a la transcendencia.


León XIV advierte, sin embargo, que la tecnología sin justicia social es un “evangelio de pantalla plana”; bonito, pero frío. Por eso vincula la revolución digital con la ecología integral; exige chips “verdes”, denuncia la brecha digital que deja fuera a mil millones de creyentes y propone un “impuesto misionero al algoritmo” que las grandes tecnológicas destinen a conectar parroquias rurales. “Una Iglesia que habla de vida no puede callar cuando la IA despide a millones de obreros”, subraya en su carta La Red y la Misericordia.


De la imprenta de Gutenberg a los algoritmos de 2025, el viaje es el mismo: llevar la buena noticia a cada rincon de existencia. El papa León XIV no predice el futuro; lo inventa desde la fe, exigiendo que cada bit lleve grabado un latido de esperanza. En la era en la que la inteligencia es artificial, la Iglesia recuerda que la sabiduría es siempre humana, y que el código más perfecto falla si olvida que detrás de la pantalla hay un alma que busca sentido.

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