Conectividad a prueba de fallos: Avances en la protección de cables submarinos
- Alfredo Arn
- 7 ago
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Las redes de fibra óptica submarina son la columna vertebral de la conectividad digital mundial, transportando más del 99% de los datos internacionales, desde transacciones financieras hasta servicios de salud y educación. Su resiliencia —la capacidad para resistir y recuperarse de interrupciones— es crítica para la estabilidad económica y geopolítica. Cada año, entre 150 y 200 fallos afectan a estos cables, causados por actividades humanas (pesca, fondeo) o fenómenos naturales (terremotos, abrasión marina). La vulnerabilidad de esta infraestructura subraya la necesidad de estrategias robustas de protección y redundancia, especialmente en un contexto donde un solo corte puede paralizar economías enteras.
Los riesgos para los cables submarinos son multifacéticos. Además de los daños accidentales, existen amenazas deliberadas, como sabotajes en contextos de conflicto geopolítico. Por ejemplo, incidentes recientes en Europa han generado temores sobre posibles ataques coordinados. A esto se suman desafíos ambientales; Chile, con su alta actividad sísmica, ha implementado cables como el Prat —diseñado para resistir terremotos—, demostrando cómo la ubicación submarina puede ofrecer mayor protección frente a desastres terrestres. Sin embargo, la concentración de puntos de aterrizaje en zonas metropolitanas, como en Puerto Rico, crea "puntos únicos de falla", lo que ha impulsado proyectos para diversificar ubicaciones y mejorar la redundancia.
La resiliencia se fortalece mediante avances técnicos y marcos colaborativos. Técnicas como la interferometría de fibra óptica (DAS) permiten usar los cables como sensores sísmicos, detectando terremotos y tsunamis en tiempo real, lo que no solo protege la infraestructura sino que también beneficia a sistemas de alerta temprana. Además, iniciativas como el Órgano Consultivo Internacional para la Resiliencia de los Cables Submarinos —creado por la UIT y el ICPC— promueven mejores prácticas globales, desde protocolos de reparación acelerada hasta estándares de despliegue que evitan rutas conflictivas. Empresas como Google y Facebook también contribuyen, invirtiendo en cables con rutas redundantes (ej. Apricot y Echo en Asia) para garantizar continuidad ante cortes.
La importancia estratégica de los cables los convierte en activos críticos sujetos a tensiones geopolíticas. Proyectos como Pacific Light Cable (EE.UU.-Hong Kong) fueron cancelados por preocupaciones sobre el acceso chino a datos, mientras que otros, como el enlace Filipinas-California, requieren aprobaciones gubernamentales explícitas. Esta dinámica exige marcos legales claros y cooperación multilateral. Perú, por ejemplo, ha identificado la necesidad de normativas específicas para gestionar y proteger sus cables, reconociéndolos como infraestructura crítica nacional. La UIT, con su enfoque inclusivo —integrando desde pequeñas islas hasta potencias económicas—, ejemplifica cómo la diversidad de actores puede equilibrar seguridad y acceso.
El camino hacia una resiliencia óptima implica inversiones continuas y adaptabilidad. Tecnologías emergentes, como fibras de mayor capacidad (hasta 9.6 TB/s en el cable Prat), y modelos descentralizados —como los anillos de fibra que conectan múltiples puntos— reducen la dependencia de nodos únicos. Simultáneamente, la integración de inteligencia artificial para monitoreo predictivo y la expansión de rutas a zonas remotas (ej. proyecto chileno en Chiloé) son pasos clave. Como señaló la UIT, la resiliencia no es solo técnica; requiere compromiso político, estándares globales y una visión compartida de la conectividad como bien público. En un mundo hiperconectado, garantizar la fortaleza de estas redes submarinas es asegurar el pulso mismo de la civilización digital.







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