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Colonialismo Digital: Internet y la Geopolítica del Control Global

  • Foto del escritor: Alfredo Arn
    Alfredo Arn
  • 19 jun
  • 3 Min. de lectura
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El colonialismo ya no llega en barcos, sino a través de cables de fibra óptica y algoritmos. En la era digital, países y corporaciones dominantes ejercen control sobre naciones menos desarrolladas mediante el monopolio de infraestructuras tecnológicas, extracción de datos y gobernanza algorítmica. Este fenómeno, conocido como colonialismo digital, replica las dinámicas de dominación del pasado, pero con herramientas más sutiles y penetrantes, plataformas como Facebook, Google y Amazon actúan como nuevos imperios, mientras que Estados Unidos, China y la UE compiten por imponer sus estándares en el Sur Global.


Internet se ha convertido en un campo de batalla geopolítico. Mientras Estados Unidos promueve un modelo de "flujo libre de datos" para beneficiar a sus gigantes tecnológicos (GAFAM), China avanza con su Ruta de la Seda Digital, exportando infraestructura 5G y sistemas de vigilancia. La UE, aunque critica ambos modelos, impulsa regulaciones como el GDPR que, sin embargo, refuerzan su influencia comercial en África y América Latina. Estos bloques no solo compiten por mercados, sino por moldear el futuro digital del mundo, dejando a muchos países en roles de dependencia.


Los datos personales son el nuevo petróleo, y el Sur Global es la mina a cielo abierto. Plataformas como Facebook (con proyectos como Free Basics) o TikTok recolectan información de usuarios en países con poca regulación, monetizándola sin retorno local. Ejemplos como el escándalo de Cambridge Analytica en elecciones africanas muestran cómo estos datos pueden manipular procesos democráticos. Peor aún, la inteligencia artificial entrenada con datos del Sur perpetúa sesgos raciales y culturales, como reconocimientos faciales que fallan con rostros africanos.


África depende en un 70% de redes 4G construidas por Huawei y ZTE, mientras que el 90% de sus datos se almacenan en servidores europeos o estadounidenses. Esta dependencia no es accidental, acuerdos comerciales como los impulsados por la UE prohíben a países africanos localizar sus datos o auditar algoritmos, consolidando un modelo neocolonial donde el control sigue en manos extranjeras. Proyectos como Konza Techno City en Kenia, aunque prometen modernidad, suelen depender de financiamiento y tecnología externos.


Iniciativas como Partners in Learning de Microsoft o Google for Education se venden como ayuda al desarrollo, pero en realidad son caballos de Troya. Capacitan a jóvenes del Sur Global en herramientas occidentales, asegurando lealtad a sus ecosistemas. Renata Ávila, experta en derechos digitales, advierte: "¿Queremos que nuestros niños sean educados por sistemas que no podemos auditar?" . Mientras, empresas como Uber y Amazon extraen riqueza de trabajadores locales con salarios miserables, como los moderadores de contenido en Nairobi que filtran violencia por $1.50 la hora.


Frente a esto, surgen esfuerzos por una soberanía digital. La Unión Africana impulsa estrategias como la Política Continental de Datos, mientras comunidades adoptan filosofías como Ubuntu para diseñar tecnologías centradas en lo colectivo, no en la extracción. Países como Ruanda y Senegal están desarrollando marcos legales para proteger sus datos y fomentar innovación local. Sin embargo, el desafío es enorme: sin inversión en talento e infraestructura propias, la autonomía será ilusoria.


La geopolítica digital está dividiendo la red en bloques: un internet "libre" liderado por EE.UU., uno censurado bajo China, y otro regulado por la UE. África y América Latina corren el riesgo de quedar atrapadas en esta lucha, sin voz en las decisiones. Como advierte un informe del Atlantic Council, si el Sur Global no define su posición, será un peón en la guerra tecnológica entre potencias.


El colonialismo digital no es inevitable, pero combatirlo exige acción coordinada: regulaciones audaces, alianzas Sur-Sur y tecnologías abiertas. Como en los años 70, cuando el informe MacBride denunció el desequilibrio mediático global, hoy urge un nuevo movimiento por la justicia digital. La pregunta clave es: ¿serán internet y la IA herramientas de emancipación o de opresión? La respuesta depende de quién controle el código.

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