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China remodela Geopolítica de América del Sur

  • Foto del escritor: Alfredo Arn
    Alfredo Arn
  • 14 oct
  • 4 Min. de lectura

 

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 El ascenso de China como potencia comercial global ha generado transformaciones profundas en la estructura geopolítica de América del Sur. A lo largo de las últimas dos décadas, la República Popular ha pasado de ser un actor periférico a convertirse en el principal socio económico de la mayoría de los países sudamericanos. Este proceso no se limita al intercambio de mercancías, sino que abarca la inversión en infraestructura crítica, el acceso a recursos estratégicos y la creación de nuevas rutas logísticas que reconfiguran la inserción internacional de la región. A través de mecanismos como la Iniciativa de la Franja y la Ruta, China ha tejido una red de dependencias que trasciende lo económico y se proyecta hacia el plano político y estratégico, desafiando la tradicional influencia de Estados Unidos en el hemisferio occidental.

La expansión comercial china en Sudamérica se ha caracterizado por un patrón asimétrico basado en el intercambio de manufacturas por materias primas. Desde 2015, China ha superado a Estados Unidos como principal destino de exportaciones en países como Brasil, Chile, Perú y Argentina, concentrando la compra de soja, cobre, litio, petróleo y hierro. Esta relación ha generado un aumento exponencial del comercio bilateral, que alcanzó los 450,000 millones de dólares en 2022, pero también ha profundizado la especialización primaria exportadora de la región. La dependencia china de los commodities sudamericanos ha creado una relación de vulnerabilidad estructural para los países exportadores, cuyas economías se han vuelto sensibles a las fluctuaciones de la demanda asiática y a las políticas de precios implementadas por Beijing.

La inversión china en infraestructura ha constituido el segundo pilar de esta penetración geopolítica. A través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, China ha financiado y construido puertos, ferrocarriles, carreteras, túneles y plantas de energía por más de 120,000 millones de dólares en la región. El proyecto más emblemático es el puerto de Chancay en Perú, diseñado como el primer puerto de aguas profundas del Pacífico sudamericano y como puerta de entrada directa de productos sudamericanos al mercado chino. Esta infraestructura no solo facilita el comercio bilateral, sino que crea rutas de dependencia física; una vez que los flujos comerciales se establecen a través de estos corredores chinos, resulta económicamente prohibitivo volver a rutas alternativas, generando una forma de encierro estructural en la relación con Beijing.

El acceso a recursos estratégicos ha sido particularmente intenso en sectores críticos como el litio, el cobre y la energía. Empresas estatales y privadas chinas han adquirido participaciones significativas en yacimientos de litio en Argentina y Bolivia, en minas de cobre en Perú y Chile, y en sistemas de distribución eléctrica en varios países. En Chile, por ejemplo, empresas chinas controlan más del 60% del mercado de distribución eléctrica tras la adquisición de compañías como Chilquinta y CGE. Esta presencia en sectores estratégicos convierte a China en un actor con capacidad de influir sobre decisiones soberanas de los estados sudamericanos, desde la fijación de tarifas eléctricas hasta la definición de políticas de exportación de minerales críticos para la transición energética global.

La expansión china ha generado un reconfiguración del equilibrio geopolítico regional, desplazando la influencia tradicional de Estados Unidos. Mientras Washington se concentró en conflictos en Medio Oriente y Asia Central durante las primeras dos décadas del siglo XXI, Beijing construía activos físicos y relaciones comerciales en América del Sur. Este proceso ha creado tensiones geopolíticas evidentes; Estados Unidos ha presionado a países como Panamá para que revisen sus acuerdos con empresas chinas, especialmente en infraestructura crítica como el Canal de Panamá, donde compañías chinas operan terminales portuarias en ambos extremos. La Casa Blanca ha comenzado a conceptualizar la región como un espacio de competencia estratégica directa con China, incorporando América del Sur en su narrativa de confrontación entre potencias.

Las reacciones de los países sudamericanos han sido heterogéneas y dependen de factores históricos, económicos y políticos internos. Mientras algunos gobiernos han abrazado la relación con China como una oportunidad para diversificar sus vínculos internacionales y obtener financiamiento sin condicionamientos políticos, otros han comenzado a expresar preocupaciones sobre la dependencia excesiva y la pérdida de soberanía. Panamá anunció en 2024 su salida de la Franja y Ruta bajo presión estadounidense, mientras que Colombia, tradicional aliado de Washington, ha visto crecer su comercio con China hasta convertirla en su segundo mayor socio comercial. Esta diversidad de posturas refleja la ausencia de una estrategia regional coordinada frente a la penetración china, lo que ha debilitado la capacidad negociadora colectiva de Sudamérica.

El impacto en la gobernanza regional ha sido significativo y multidimensional. La relación con China ha generado nuevas divisiones políticas dentro de los países sudamericanos, entre quienes ven a Beijing como un socio comercial indispensable y quienes advierten sobre riesgos de dependencia y pérdida de autonomía. Además, la ausencia de condicionalidades democráticas en los préstamos e inversiones chinas ha sido interpretada por algunos actores como una oportunidad para escapar de las restricciones impuestas por instituciones financieras occidentales, mientras que otros critican que esto debilite estándares ambientales y laborales. La falta de transparencia en algunos contratos chinos ha generado controversias y litigios, como en el caso de la represa de Coca Codo Sinclair en Ecuador, donde se detectaron numerosas fallas estructurales que han generado costos adicionales millonarios para el estado ecuatoriano.

Las perspectivas futuras sugieren que la influencia china en América del Sur continuará expandiéndose, pero probablemente enfrentará mayores resistencias y contrarrespuestas tanto internas como externas. Estados Unidos ha comenzado a implementar iniciativas como "América Crece" (Growth in the Americas) para contrarrestar la influencia china mediante inversiones en infraestructura digital y energética, aunque con recursos significativamente inferiores a los desplegados por Beijing. Los propios países sudamericanos han comenzado a desarrollar estrategias más sofisticadas para gestionar la relación con China, buscando maximizar beneficios mientras minimizan riesgos de dependencia. En este contexto, la región enfrenta el desafío de convertirse en un actor activo en la redefinición de su inserción global, en lugar de ser simplemente un tablero donde se disputan las grandes potencias. La capacidad de Sudamérica para articular una respuesta colectiva y estratégica frente a este nuevo orden geopolítico determinará su autonomía y prosperidad en las próximas décadas.

 

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