SES-Intelsat: la respuesta europea al dominio espacial de EE.UU. y China
- Alfredo Arn
- 27 sept
- 5 Min. de lectura

El 17 de julio de 2025 quedará marcado como una fecha clave en la historia de la industria espacial. Ese día, SES, el gigante luxemburgués de las telecomunicaciones por satélite, cerró la adquisición de Intelsat por 3.500 millones de euros, consolidando así la mayor operación de integración sectorial en el espacio desde la fusión de Boeing y Hughes en los años 90. Con esta movida, SES no solo duplicó su flota hasta los 120 satélites activos, sino que también se posicionó como el actor principal de la infraestructura orbital del planeta, combinando órbitas geoestacionarias (GEO) y medias (MEO) en una red única y dominante. El mensaje fue claro; el viejo orden espacial, fragmentado entre decenas de operadores, ha muerto; ha nacido un oligopolio transatlántico con sede en Luxemburgo y ojos puestos en la estratosfera.
La operación, sin embargo, no fue solo financiera. Detrás de los números hay una narrativa geoestratégica que trasciende el balance contable. Para SES, comprar Intelsat no era simplemente crecer; era asegurar la supervivencia en un mundo donde la soberanía digital se decide en el espacio. Tras la guerra en Ucrania, Europa descubrió que dependía en un 60 % de capacidad satelital no europea para comunicaciones militares y de emergencia. La dependencia de banda Ka de satélites estadounidenses e infraestructuras chinas se convirtió en un riesgo de seguridad nacional. La fusión, por tanto, fue presentada ante los gobiernos de la UE como un “acto de independencia tecnológica”; crear un campeón continental capaz de competir con SpaceX, Amazon y los gigantes chinos, y garantizar que los datos críticos de los europeos nunca más viajen por redes ajenas.
El plan de negocio que acompaña la adquisición es tan ambicioso como el tamaño de la deuda contraída. SES anunció que invertirá entre 600 y 650 millones de euros anuales hasta 2028, una cifra récord en la industria, para escalar su constelación MEO de “decenas a cientos” de satélites. La tercera generación de O3b mPower, con 13 satélites ya en órbita y 17 más en carpintería, promete latencias de menos de 150 ms y throughput de terabits por segundo, suficiente para sustituir la fibra óptica en regiones donde instalar cable es imposible o peligroso. Pero la verdadera revolución está en la arquitectura híbrida; cada satélite MEO actuará como router en el cielo, interconectado con 50 gateways terrestres y 5 estaciones de telemetría, creando una red en anillo que rodea al planeta y puede reconfigurarse en minutos según la demanda.
Detrás de la ingeniería hay una visión más profunda: convertirse en la “nube del espacio”. SES quiere que los gobiernos, las flotas militares, las aerolíneas y los barcos no compren “megahertz” sino “servicios garantizados”; una capacidad de banda ancha que se despliegue como si fuera un API de Amazon Web Services. Para ello está desarrollando una plataforma de orquestación basada en inteligencia artificial que predice picos de demanda, reasigna frecuencias y cambia coberturas sin intervención humana. El objetivo es que un contingente de la OTAN en el Sahel pueda solicitar 2 Gbps simétricos con cifrado NATO RESTRICTED y tenerlos operativos en 90 minutos, tanto como tarda un avión C-17 en despegar de Ramstein. La guerra ya no es solo terrestre; el primer campo de batalla es la latencia.
La dimensión geopolítica se hace explícita en el contrato marco firmado con el Mando de Transformación de la OTAN en Norfolk. SES se comprometió a proporcionar 30 % de la capacidad satelital del aliado para misiones de reconocimiento, drones y comunicaciones tácticas, sustituyendo progresivamente a los antiguos contratos con Inmarsat y Viasat. A cambio, Luxemburgo —país que posee el 16 % de SES— obtuvo un asiento permanente en el grupo de trabajo de defensa espacial de la alianza, algo inédito para un Estado de 650.000 habitantes. La jugada reproduce el modelo de los países bálticos, que tradujeron sus inversiones en infraestructura OTAN en influencia política, pero llevado al extremo; un micro-Estado que controla un activo orbital crítico puede ejercer un veto sobre operaciones multinacionales.
Europa, por su parte, ha abrazado la fusión como el núcleo duro de su ambicioso programa IRIS², la constelación soberana de banda ancha que complementará Galileo y Copernicus. Bruselas inyectará 2.400 millones de euros en PPP (partenariado público-privado) y SES aportará la infraestructura orbital, los espectros y los gateways. El diseño preliminar contempla 170 satélites en LEO y 30 en MEO, gestionados por un centro de operaciones conjunto en Redu (Bélgica) y un centro de seguridad cibernética en Torrejón (España). El mandato es claro; ningún bit de un ciudadano europeo puede ser enrutado por constelaciones no sujetas a la GDPR ni al marco de sanciones de la UE. IRIS² no solo competirá con Starlink; pretende sustituirlo dentro del espacio económico europeo.
El impacto en la competencia global será brutal. SpaceX, que ya controla el 60 % del mercado de lanzamientos y el 45 % de la capacidad satelital comercial, se verá enfrentada a un rival con flota propia, espectro prioritario en la UIT y respaldo político de 27 Estados. Jeff Bezos, cuya constelación Kuiper aún no ha lanzado un solo satélite operativo, tendrá que negociar con SES el acceso a gateways europeos si quiere ofrecer servicio en el continente. China, por su parte, observa nerviosa cómo su proyecto Hongyun pierde atractivo en mercados emergentes que ahora pueden optar por un europeo “sin condiciones geopolíticas”. La carrera por el espacio dejó de ser una cuestión de ingenieros para convertirse en una partida de ajedrez diplomático.
Dentro de la UE, la fusión ha desatado una lucha silenciosa por la ubicación de los centros de datos terrestres. Alemania presiona para que el gateway principal de IRIS² se instale en Cottbus, cerca de la futura fábrica de microchips de Intel, creando un “corredor digital” entre semiconductores y satélites. Francia propone Kourou, en la Guayana, para aprovechar la latitud ecuatorial y sinergias con Arianespace. España ofrece la base de Morón, con su nuevo centro de operaciones del Mando Aeroespacial europeo. El reparto final determinará qué país absorberá los 12,000 empleos de alta cualificación y los 600 millones anuales en contratos de mantenimiento. La geopolítica orbital empieza en la Tierra.
El riesgo, no obstante, es la concentración de poder. Un solo consorcio controlará el 38 % del espectro C-band en la región EMEA y el 55 % del MEO global. Los reguladores de la Comisión Europea impusieron como contrapartida la cesión de 250 MHz de frecuencias y la apertura de cuatro gateways a operadores alternativos, pero las ONG de derechos digitales advierten sobre la posibilidad de “apagón informativo” si SES sufre un ciberataque. La respuesta ha sido crear un “fondo de resiliencia” de 500 millones, financiado por la propia empresa y por el Banco Europeo de Inversiones, para desarrollar una red paralela de satélites pequeños en LEO que pueda activarse en 48 horas. Es la primera vez que la UE impone un seguro orbital como condición de fusión.
A cinco meses del cierre, los efectos ya se dejan ver. El día siguiente a la absorción, el Consejo Europeo aprobó el Acta Espacial que establece que todos los coches autónomos y camiones conectados vendidos en la UE deberán utilizar constelaciones europeas para servicios críticos de seguridad. La norma, que entra en vigor en 2027, garantiza a SES-Intelsat un mercado cautivo de 30 millones de vehículos. Mientras tanto, en el cielo, los primeros siete satélites O3b mPower 3.0 elevaron su órbita y empezaron a transmitir a 120 Gbps cada uno, iluminando desde el Atlántico hasta el Índico. En Luxemburgo, el ministro de Economía resume la jugada con una frase que suena a epitafio del viejo mundo: “El siglo XXI no lo ganarán los que tengan más petróleo, sino los que controlen los routers que orbitan a 8,000 km de altura”.







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