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El diablo Geopolítico y la respuesta ciudadana: Más allá del miedo y la conspiración

  • Foto del escritor: Alfredo Arn
    Alfredo Arn
  • 26 nov
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 26 nov

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Resumen del libro de Lorenzo Ramírez, en su ensayo El diablo está entre nosotros; invita a pensar el caos contemporáneo no como fatalidad, sino como producto de decisiones conscientes. La metáfora del "diablo" no alude a fuerzas sobrenaturales, sino a entidades supranacionales y "agentes del caos" que operan desde las sombras de los organismos de poder global. Estas fuerzas configuran narrativas maniqueas para justificar un orden que, lejos de proteger libertades, responde a una plutocracia extractora de rentas que se consolidó tras la Segunda Guerra Mundial. El libro no busca sembrar miedo, sino ofrecer lentes para leer la realidad sin la anestesia del conformismo.

Los agentes del caos y su manual de operaciones; Ramírez identifica a estos actores como gestores de crisis que convierten la incertidumbre en instrumento de control. La pandemia, la militarización del clima, la guerra en Ucrania o la tensión hegemónica entre EE. UU. y China no son eventos aislados, sino palancas de un mismo mecanismo para debilitar la soberanía popular, centralizar decisiones en foros opacos y erosionar las fronteras entre democracia y burocracia autoritaria. Su triunfo no es la violencia, sino el silencio crítico; logran que las sociedades acepten como inevitables sacrificios que solo benefician a redes de poder desligadas del interés común.

Una de las tesis más incisivas es que Europa no es víctima, sino cómplice activo de su propio "suicidio geopolítico, económico y social". Los gobernantes actúan como administradores de un guion escrito en think tanks (1) y organismo financieros globalizados, renunciando a la autonomía estratégica. Este comportamiento replica el patrón de las democracias occidentales: mientras se predica la defensa de valores, se firman tratados que concentran riqueza, se externalizan costes sociales y se criminaliza la disidencia institucional. El resultado es un vacío de legitimidad que alimenta al populismo superficial, pero no al ciudadano informado.

La crisis del relato oficial, el orden post 1945 agoniza porque sus propios beneficiarios ya no creen en él. Las fronteras ideológicas entre "sociedades libres" y "regímenes totalitarios" se desvanecen cuando se observa la estructura real de poder: un capitalismo de compinchada (2) que, según Ramírez, se asemeja más a una oligarquía extractiva que a un mercado competitivo. La ciudadanía percibe esta desconexión, pero carece de herramientas para articularla sin caer en la despolitización o la teoría conspirativa. Aquí radica el núcleo del problema; el diagnóstico existe, la vacuna cívica no.

Primera Recomendación – Transparencia radical como antídoto; la primera recomendación es exigir transparencia procesal, no solo declarativa. No basta con publicar datos; hay que abrir los algoritmos de decisión: actas del BCE, lobbying (3) en la Comisión Europea, financiación de expertos que moldean opiniones públicas. Ramírez sugiere que cada tratado comercial, cada paquete de sanciones, cada "emergencia climática" debe someterse a auditoría ciudadana independiente. Solo la luz directa sobre los intereses en juego puede disolver el halo de inevitabilidad que rodea las políticas que empobrecen a las mayorías.

Segunda Recomendación – Educación cívica para la complejidad; la respuesta no es más ideología, sino alfabetización política crítica. Los sistemas educativos deben enseñar no qué pensar, sino cómo preguntar; detectar sesgos metodológicos en informes "científicos" financiados por corporaciones, leer entre líneas de los comunicados de riesgo geopolítico, entender la cadena de poder en la gobernanza global. La propuesta de Ramírez apunta a formar ciudadanos que no busquen salvadores, sino que exijan rendición de cuentas sin necesidad de crisis previas. Es la diferencia entre tribalismo emocional y responsabilidad informada.

Tercera Recomendación – Soberanía inteligente y Multilateralismo reformado; la autonomía estratégica de Europa debe materializarse no como aislacionismo, sino como multilateralismo con filtros democráticos. Esto implica: veto ciudadano sobre acuerdos que afecten bienes comunes (sanidad, energía, seguridad alimentaria), rotación obligatoria de representantes en organismos supranacionales para evitar captura regulatoria y, sobre todo, condicionar la validez de cualquier norma global a su ratificación por parlamentos nacionales con debate real, no protocolario. Soberanía no es cerrar fronteras, es abrir procesos.

Cuarta Recomendación – Participación ciudadana calibrada; la democracia directa digital es una trampa si no va acompañada de capacidad de análisis colectivo. La propuesta pasa por democracias deliberativas locales que alimenten posiciones nacionales: jurados ciudadanos seleccionados aleatoriamente para evaluar impacto de políticas globales, presupuestos participativos vinculantes en política exterior y plataformas de contrainformación alimentadas por investigación periodística libre de presión publicitaria. No se trata de votar más, sino de votar mejor, con información que los "agentes del caos" no controlen.

Construir una Geopolítica de los bienes comunes; el horizonte último es redefinir el interés nacional no en términos de competencia, sino de gestión cooperativa de riesgos existenciales (clima, pandemias, desigualdad extrema). Esto exige una nueva narrativa: dejar de hablar de "guerras comerciales" y empezar a hablar de "pactos de supervivencia", donde la rentabilidad de las élites esté condicionada al cumplimiento de umbrales sociales y ecológicos. No es utopía, sino pragmatismo: el modelo extractivo ya no es viable ni siquiera para quienes lo pilotan, pero necesitan que la ciudadanía se lo haga creer.

Responsabilidad Ciudadana vs. Cinismo Paralizante; Ramírez cierra con una advertencia esperanzada: el diagnóstico del "diablo" solo sirve si activa responsabilidad, no miedo. La alternativa al caos gestionado no es la revolución fantasma, sino la construcción cotidiana de vigilancia ciudadana, la exigencia de transparencia como norma y la formación de mayorías informadas que impidan que las próximas crisis se conviertan en nuevas excusas para el desmantelamiento de la democracia. El diablo solo vence cuando la sociedad decide que es más cómodo mirar hacia otro lado. La solución, insiste el autor, está entre nosotros.




(1) think tanks: no son meros "centros de pensamiento", sino nodos de poder blando donde el "diablo" (las élites supranacionales) diseña las narrativas y políticas que mantienen el viejo orden mundial, haciendo que la "pérdida de soberanía" parezca una opción racional y no una capitulación.

(2) Compinchada: Acuerdo tácito o explícito entre varias personas (generalmente con poder) para beneficiarse mutuamente mediante prácticas poco transparentes, colusorias o inmorales, excluyendo al resto de actores del sistema.

(3) lobbying: es uno de los mecanismos clave mediante los cuales los "agentes del caos" (elites supranacionales) traducen su poder económico en normas vinculantes, vaciando de contenido la soberanía popular. No es corrupción ilegal (aunque a veces lo sea), sino captura legalizada del proceso legislativo.

 
 
 

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